lunes, 3 de mayo de 2010

Música local o música universal

La actividad del músico popular está atada históricamente a su entorno social, representa, en mucho, los avatares de un grupo de seres humanos, tanto como ritual que como expresión estética.

La música nos ha acompañado cotidianamente desde que nos apartamos de nuestro entorno original, su evolución corresponde a las inquietudes vitales del hombre y como el resto de la cultura, se determina por una necesidad de decorar lo artificial. Sin embargo no veamos este argumento como un hecho banal, la música prevalece sobre cualquier soporte, época o región por representar mucho de la fuerza intelectual del hombre.

El ser humano tiende a migrar, a buscar mejores circunstancias, no solo geográficamente, también lo hace viajando a nivel filosófico, mutando en su búsqueda de una verdad a veces demasiado evidente. Junto al hombre y sus aventuras la música ha ido de un lado a otro mezclándose y creciendo, estableciendo increíbles adaptaciones y estándares que son objeto de culto e investigaciones. Los musicólogos e historiadores podrán encargarse de determinar los flujos y las rutas que a tomado la música durante su evolución, pero los músicos continuamos expandiendo los laberintos creativos que nos permiten expresarnos.

A estas alturas la música popular se extiende por toda la civilización como el evento cultural más importante, incluyendo los procesos mercantiles derivados de una dinámica no siempre ética.

En la actualidad la comunicación nos lleva a lugares impredecibles, pero debajo de su carcasa tecnológica y de la generalidad de nuestras influencias, quedan los rasgos personales del artista. Su comunión con su entorno y sus vivencias siempre otorgarán la singularidad necesaria para que su música se destaque más allá de la cultura globalizante. Así mismo el nacer o vivir en determinado lugar no genera necesariamente un arte local, sino la representación de una sociedad y su tiempo.

El mestizaje de la música pop y sus refinaciones en búsqueda de la diversidad, nos lleva a observar el lugar de donde provenimos. Como artistas consecuentes con nuestro medio nos vemos afectados por una realidad especial determinada por múltiples factores. Pero la complejidad cultural de nuestro entorno nos permite liberarnos de cualquier dogma y llevar nuestra creación a cualquier punto que nos propongamos. Es que hemos llegado a un momento histórico donde las técnicas de composición nos abren puertas que parecían difíciles de abrir. Pero la identificación cultural, los relevos generacionales y el determinismo regional, ya no forjan necesariamente las características de la música. Factores como la publicidad y tendencias comerciales suelen encargarse de crear necesidades que a su vez imponen otras.

Mientras que la investigación nos lleva a nuevas soluciones estéticas, la cultura del espectáculo procura conservar características del pasado para mantener la atención del público masivo. Este rasgo reaccionario provoca el establecimiento de estereotipos útiles para la sociabilidad y el consumo. Pero esto no tiene que desconectarnos de lo que el resto del planeta busca y crea con honestidad. La obra que se acerca al público a nivel regional va perdiendo su singularidad y se exporta a otros lugares de donde volverá a ser transportada con nuevas ideas y tecnologías. El público está ahí para recibir nuestras ideas superando cualquier escollo mediático. Mediante el impulso estético, podemos potenciar nuestro ideario musical y consolidarlo sobre las definiciones y clasificaciones.

Estamos ante las puertas de un nuevo desarrollo humano. La comprensión de las artes como herramienta de expansión individual extendida a toda la civilización en donde viejos prejuicios como “lo nacional” quedan relegados por las estéticas personales, las cuales, negarán a las elites como paradigmas de lo culto.

Entonces los criterios nacionalistas que promueven lo histórico, quedan obsoletos ante la necesidad de una expresión popular inmediata, sin maquillajes ni modismos, pero ataviada de lo universal. Esto no debe generar un temor ante la masificación sino potenciar las características individuales del artista, el cual usará las herramientas necesarias para que la obra llegue a su público de manera directa, sin intermediarios, sin disfraces ni empaques.

También la necesidad de trascendencia queda relegada a un segundo plano ante la eminente necesidad de intercambio y de búsqueda intelectual. Tal vez los tiempos que corren, embriagados de información, nos permitan una coherencia entre nuestro propósito y nuestra experiencia. Una experiencia vital directa alejada de prejuicios localistas y cercana al público que quiere escuchar, ahora. Quedarnos quietos ante una identificación cultural local podría coartar la riqueza de una obra universal y generar tan solo curiosidades arqueológicas. Asumir nuestra idiosincrasia no puede interrumpir una creación sensible, contemporánea y, por lo tanto, universal.

Edgar Castellanos Molina